Hola
Fuenlabrada, 2005.
Era uno de mis primeros días como bancario. Ahí estaba yo todo contento pensando que había encontrado mi trabajo para toda la vida.
Bien visto, más o menos bien remunerado, excelente horario, posibilidades de promoción…
En aquella oficina en la que me había tocado estar aquel lluvioso día, tuve la suerte de topar con José Luis (Txelu para los que compartíamos trabajo con él), uno de esos compañeros veteranos deseosos de enseñarte todo lo que saben… y que no es lo mismo que te enseñan en el manual corporativo de bienvenida a la empresa.
Era una mañana normal: atención de clientes, aprovechar los ratos libres para ordenar el archivo, sacar tareas pendientes… Nada hacía presagiar lo que ocurriría aquel día.
Un poco antes del café, Carmen, clienta de toda la vida, entró en la oficina.
“¡Buenos días! ¿Qué tal estáis?”. En el poco tiempo que llevaba en esa oficina, había podido comprobar que había pocas clientas como ella. Siempre te daba los mejores deseos para el día y se acordaba de preguntar por aquello que te preocupaba la semana anterior y que le habías comentado como de pasada en una conversación intrascendente.
El día que la conocí, el director de la oficina me comentó que Carmen y su marido, Ramón, habían sido de los primeros clientes de la oficina y que, en los peores momentos, siempre habían echado una mano a todos. Esto significaba que contrataban todo lo que necesitaban en la sucursal sin mirar a la competencia: la hipoteca, los seguros, los fondos de inversión, los depósitos a plazo… Todo.
“¿Puedes darme un extracto de movimientos de la cuenta de mi marido? De los últimos 3 meses”, solicitó Carmen al subdirector de la oficina (una clienta como Carmen podía permitirse solicitudes de cajero a un subdirector de oficina).
Solo con Carmen y Ramón había la suficiente confianza como para dar la información de las cuentas de uno o la otra sin mirar titularidades de cuenta o autorizados bancarios. Porque Carmen y Ramón eran CLIENTES (así, con mayúsculas). Si hasta invitaron a todos los de la oficina a la celebración de sus bodas de plata.
Pasados unos minutos de cháchara, Carmen se fue de la oficina con su extracto de movimientos debajo del brazo.
Sentí la mirada de desconfianza de Txelu. Apenas una décima de segundo. El mismo tiempo que tardó todo en volver a la normalidad.
Apenas un par de horas después apareció Ramón, el marido de Carmen, por la oficina. Mojado por la ausencia de paraguas en aquel día de lluvia torrencial y con el rostro demudado.
“¡Buenos días Ra…”, trató de saludar el subdirector antes de verse interrumpido por una mirada de ira de Ramón, que inmediatamente se dirigió al despacho del director, abrió la puerta sin llamar y sin preocuparse de si había alguien más dentro (no era el caso) y cerró la puerta tras de sí de un portazo.
Pasaron unos minutos. Sonó el teléfono del subdirector. Se levantó de la mesa y entró en el despacho del director.
Pasaron más minutos. Se oían voces en el despacho.
El subdirector salió del despacho. Pálido como si hubiera perdido 3 litros de sangre.
Txelu se acercó a mí discretamente y nunca olvidaré la frase que me dijo:
“De la puerta hacia fuera, Matrix”.
Lo que había ocurrido es que aquel matrimonio modélico ya no era tal. Ramón llevaba una doble vida con otra mujer desde hacía un par de años… y Carmen se había enterado.
El extracto que había solicitado un par de horas antes era de una cuenta exclusiva de su marido e iba utilizar esa información en la demanda de divorcio.
“De la puerta hacia fuera, Matrix”.
No te fíes de lo que te cuenten. Ve a los hechos. Da igual quien sea.
Ni siquiera te fíes de mí. Prefiero que preguntes por ahí.
Por ejemplo, en este enlace todos los testimonios que encontrarás tienen la página web de las personas que los emiten. Así puedes contactar con cualquiera de ellos y preguntarles eso que no me preguntarías a mí antes de entrar en La Comunidad Remitentes.
Sin trampa ni cartón, dobles vidas, ni demandas de divorcio a traición.
Un abrazo,
Paco Vargas
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